El mundo de las letras llora la pérdida de Mario Vargas Llosa, quien falleció este domingo a los 89 años en Lima, según confirmó su hijo Álvaro en la red social X. Nacido en Arequipa en 1936, el escritor peruano, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2010, dejó un legado monumental con obras como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral y La fiesta del Chivo, que lo consagraron como una de las voces más influyentes del boom latinoamericano y un feroz defensor de la libertad individual.
“Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre ha fallecido hoy, rodeado de su familia y en paz”, escribió Álvaro Vargas Llosa. La Academia Sueca, al otorgarle el Nobel, elogió “su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Su obra, impregnada de una narrativa innovadora y un compromiso político incansable, marcó generaciones y desató debates que trascendieron las fronteras de la literatura.
Vargas Llosa irrumpió en 1963 con La ciudad y los perros, una novela que rompió moldes y abrió las puertas del boom junto a autores como Gabriel García Márquez, con quien mantuvo una célebre amistad rota en 1976. Su pregunta en Conversación en La Catedral –“¿En qué momento se jodió el Perú?”– se volvió un ícono de la introspección latinoamericana. Vivió en ciudades como Lima, Madrid, París y Barcelona, donde forjó su cosmopolitismo y su carrera bajo la guía de la agente Carmen Balcells. En 2023, publicó su última novela, Le dedico mi silencio, y cerró su columna Piedra de toque en EL PAÍS, despidiéndose del periodismo tras tres décadas.
Políticamente, Vargas Llosa evolucionó desde un progresismo sartreano hasta un liberalismo que lo llevó a enfrentarse al comunismo tras el caso Padilla en Cuba y a postularse sin éxito a la presidencia de Perú en 1990, una experiencia que plasmó en El pez en el agua. “Para él, escritura y política eran dos caras de la libertad individual, a veces incluso por encima de la justicia social”, señaló el periodista Javier Rodríguez Marcos. Su ironía, como cuando citaba a su abuela definiendo al liberal como “alguien que no va a misa y se divorcia”, matizaba su pensamiento combativo.
En su discurso del Nobel, Vargas Llosa llamó a “seguir soñando, leyendo y escribiendo”, un mandato que resonará en lectores de todo el mundo. En Riobamba, donde la literatura sigue siendo un refugio en tiempos de polarización electoral, su partida deja un vacío, pero también la certeza de que sus palabras seguirán desafiando el poder y celebrando la humanidad.
